La corrupción: el mito sin grieta

De 1810 a la actualidad la corrupción es un hilo común que une las costas a ambos lados del rio bravo: produce confabulaciones y también aglutina sin distinciones a los argentinos.

Fórmulas que inician con el verbo “ser” conjugado en tercera persona del plural sumado a construcciones del tipo “más de lo mismo”, “todos chorros” o “todos iguales” nos resultan aceptables. Incluso puede ocurrir que hasta la hayamos utilizado alguna vez para tildar a alguien de corrupto, ladrón o una acusación moral similar.

Esas construcciones están clavadas en la memoria, pero también en el sentido común. Esas frases, y muchas otras, son parte de nuestra cultura y condicionan el modo en el que interpretamos y actuamos sobre nuestro presente, el pasado y el futuro.

La corrupción es ante todo un mito que nos habla a todos, que nos tiene de cómplices a quienes nos pretendemos víctimas

Algunos se preguntan si democracia y corrupción caminan de la mano. Muchos concluyen en que esa respuesta es inevitable: desde Luis XIV en adelante escándalos, calumnia, prensa y corrupción están cocidos por el mismo hilo.

Sin embargo, a pesar de ello hay algo naturalmente argentino en el modo en el que se marida la democracia con la corrupción. Si junto a quien lee este texto recorriésemos a modo de observadores distintas coyunturas históricas rioplatenses nos encontraríamos con la corrupción como un elemento común en cada una de ellas.

La Asamblea del año XIII en Argentina efectuó acusaciones de corrupción contra sus integrantes.

Es decir, con la corrupción configurada como un problema moral intolerable, cuyas derivas inciden de modo decisivo en cada dinámica política singular en las coyunturas.

Algo que también se puede ver a vuelo de pájaro es que a pesar de que las acusaciones “naturalmente” pesan más sobre algunos, nadie está a salvo de que lo acusen. En otras palabras: las acusaciones pesan más cuando los villanos de la corrupción representan ciertas condiciones; aunque acusados pueden ser todos. Y todas.

La corrupción no es exclusiva de nadie sino de todos.

Por más de que ha transcurrido casi un siglo desde que aconteció, la originalidad no caracterizó al primer gobierno defacto en Argentina. Prometían acabar con la corrupción del primer líder de masas que gobernó el país: el radical Hipólito Yrigoyen. Una década después dejaron tras de sí: expansión económica, fraude “patriótico”, corrupción y totalitarismo.

Hipólito Yrigoyen, ex presidente y líder de masas de la Unión Cívica Radical (UCR).
Hipólito Yrigoyen, ex presidente y líder de masas de la Unión Cívica Radical (UCR).

Un seis de septiembre igual que hoy pero en 1930 los militares golpistas consideraban que la corrupción había degenerado la democracia y que el gobierno electo por las masas en 1928 (la Unión Cívica Radical) debía ser derrocado para recuperar los valores perdidos.

Así lo proclamó el presidente de facto, el teniente general José Félix Benito Uriburu en los principales medios de comunicación de entonces: “La inercia y la corrupción administrativa, la ausencia de justicia, la anarquía universitaria, la improvisación y el despilfarro en materia económica y financiera” […] “… la exaltación de lo subalterno, el abuso, el atropello, el fraude, el latrocinio y el crimen, son apenas un pálido reflejo de lo que ha tenido que soportar el país”.

Podríamos ir más atrás aún en la historia. Hasta casi los confines temporales de la Patria.

La corrupción es el hilo común que une las costas a ambos lados del rio bravo.

La Asamblea del 1813 inició un Juicio de Residencia contra treinta y cinco personas, entre ellas Saavedra, Castelli, Belgrano, de Azcuénaga, Moreno, Paso Ortiz de Ocampo, Chiclana, Manuel Sarratea y la lista sigue.

Le preguntaban a los vecinos de la seminal Buenos Aires si sabían o habían oído que los acusados recibían cohechos o gratificaciones. Dos años después todo acabó en una amnistía.

Un mito es una narrativa que define a un héroe o líder que se opone y denuncia a un villano, quien puede ser otro líder o incluso un partido. Implica a un pueblo o una comunidad política que aparece como víctima del villano, de una elite o de una casta. Es decir, separa el campo político entre amigos y enemigos del pueblo a partir de la denuncia. Exhorta a la acción y promueve la redención.

La corrupción es una narrativa que produce confabulaciones; aunque también nos aglutina sin grieta a la mayoría de los argentinos.

El mito de la corrupción permanece, yace siempre disponible para ocupar un rol central en el espacio público y en la democracia argentina. Aparece como un problema urgente, inédito, primordial, consonante. Incluye roles diversos: repudiadores, expertos, señaladores, perseguidos, victimarios, culpables, inocentes, víctimas, redentores, entre otros, cuyas encarnaciones cambian a lo largo del tiempo.

Tal vez ese sea el principal aspecto para analizar: la corrupción no es exclusiva de nadie sino de todos.

La corrupción es ante todo un mito que nos habla, que nos tiene de cómplices a quienes nos pretendemos víctimas. Somete a víctimas y victimarios. Es el hilo común que une las costas a ambos lados del rio bravo, es una narrativa que paradójicamente produce confabulaciones; aunque también nos aglutina sin grieta a la mayoría de los argentinos. Es hora de que nos preguntemos qué nos seduce, qué fibra tan íntima de nuestra libido toca la corrupción.

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