Narraciones argentinas: ¿Hay límite al odio en la epopeya nacional?

Diarios, revistas, redes sociales, seminarios, libros, ponencias y cientos de miles de publicaciones en los últimos años plantean al odio como un problema nuevo. Sin embargo, es viejo. Lo encontramos ya en la literatura antigua de Occidente como La Ilíada o La Odisea. Epopeyas emblemáticas cuyos personajes mantienen conflictos a partir de la enemistad.

La epopeya es algo más que una palabra rara. Es algo que nos permite comunicarnos. Es una estructura invisible pero fundamental para la vida en sociedad. A pesar de que no la vemos está presente en muchísimas narraciones: películas, libros, series, incluso en los relatos que arman los personajes públicos sean o no del “mundo político”. Esas estructuras fundamentales hacen que cuando nos sentamos en el cine a ver una novela rosa ya sepamos de antemano que los personajes van a tratar de concretar su amor a pesar de muchísimos hechos, personajes y motivos que tratarán de impedírselo.

Ocurre algo similar con todos los géneros: tienen una estructura que no se ve pero que ya todos la conocemos. Por eso esperamos que la acción se desarrolle de acuerdo a esas “reglas” invisibles.

De alguna manera ocurre más o menos lo mismo con las grandes narraciones políticas que nos interpelan.

Las narraciones políticas argentinas están en su mayoría caracterizadas por la presencia de un héroe o heroína, quien lleva adelante acciones más allá de lo “natural” junto al pueblo y contra algún enemigo común.

No debemos sentirnos especiales por ello. Si analizamos la oferta de contenido de las plataformas on demand más hegemónicas vamos a encontrarnos con narraciones del mismo tipo pero en el dominio de lo que millones a nivel planetario consumen como ficción.

La Ilíada o La Odisea, epopeyas míticas más antiguas de Occidente, narran acciones cuyos personajes mantienen un conflicto alimentado por sentimientos que los oponen de modo irreductible.

Ese es un vínculo que jamás podría darse entre personas relacionadas a partir de la amistad o la alianza. Como ocurre en una tragedia. En Hamlet de Shakespeare sus personajes mantienen un conflicto pero se vinculan desde el amor familiar y de pareja. En una epopeya ese conflicto es un antagonismo: el otro es un enemigo, alguien a quien odiar o con quien mantener un vínculo hostil.

Las narraciones políticas argentinas tienen a la epopeya como una de sus estructuras invisibles predilectas. Veámos.

Unitarios y Federales. Rosistas y antirrosistas. Aquellos que se consideraban “civilizados” y los que fueron pensados como “barbarie”. La chusma radical versus la argentina ultrajada. El peronismo y el antiperonismo. Los “zurdos” (derivación criolla del macartismo) frente a “los argentinos derechos y humanos”. La Argentina como un país honesto donde “con la democracia, se come, se cura y se educa” frente a la Argentina de la “dictadura, la corrupción y el desamparo”.

La argentina del desempleo, la ostentación, el individualismo y la corrupción frente a la argentina moderna, integrada al mundo y eficiente. El país “en serio” que quiere incluir a todos con trabajo, derechos y dignidad frente aquellos que lo saquearon y sumieron a millones en el desamparo. El país de la “pobreza cero, derrotar el narcotráfico y unir a los argentinos” que no te iba a tocar nada de lo que ya tenés; frente al país de la grieta, la corrupción y el choreo de quienes hay que perseguir y meter presos.

En la mayoría de esos esquemas narrativos los otros son execrables, fungibles, enemigos odiados por sus cualidades: individualistas, saqueadores, chorros, dictadores, autoritarios, corruptos y demás cualidades negativas que los convierten en personajes con quienes no es posible mantener un vínculo amistoso o familiar. El otro como enemigo más que como adversario. La exthrá (hostilidad, enemistad, odio) en vez de la philia (amistad y alianza).

Presente en la mayoría de la narrativa mítica popular argentina, ese antagonismo común reduce la disputa política casi a la eliminación del otro. No es algo deliberado sino la consecuencia de lo que nos mueve las tripas a los argentinos. Las epopeyas nos interpelan por eso son tan importantes para contar nuestras historias. Las epopeyas son historias que nos mueven a hacer cosas juntos; aunque también nos separan. Construyen cismas, rupturas, quiebres.

El yrigoyenismo, el alfonsinismo, el peronismo, el macrismo, el kirchnerismo. Cada una de esas expresiones del pueblo en cada uno de sus momentos hegemónicos construyó al otro más como enemigo que como adversario.

También en cada una de esas diferentes epopeyas que nos unieron y nos separaron es posible identificar límites.

Durante la última Dictadura en Argentina los otros no solo eran enemigos sino que además efectivamente fueron eliminados (desaparecidos). Durante el macrismo difamados, perseguidos y encarcelados. La retórica intrínseca del alfonsinismo y el kirchnerismo pretendió construir adversarios en vez de enemigos.

Hoy, la narrativa del mileísmo plantea a los otros como pseudo humanos, sujetos fungibles, personas a quienes hay que destruir para construir el bien no solo de la Argentina sino del mundo.

Con bemoles y tonos similares suena la narrativa de la candidata presidencial de Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich. Su propuesta invita a destruir o eliminar el kirchnerismo como la forma de resolver los problemas del país.

Tal vez el Martín Fierro de José Hernández en su ley primera contenga un mandato en el que sea posible hallar ese límite a la destrucción que plantean algunas epopeyas narrativas antagónicas vernáculas. Porque “… si entre ellos pelean los devoran los de afuera… “. Las epopeyas nos aglutinan y nos separan, conmueven nuestros afectos. El secreto para que perdure su magia y su poder es evitar que nos aniquilen.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll to top
Close