Sin estado no hay propiedad. A esa conclusión llegan pensadores a lo largo y ancho del mundo. Lo hacen desde múltiples matrices de pensamiento. En la Argentina actual parte del clima de época está caracterizado por una versión que contradice esa evidencia histórica y empírica. El presidente Javier Milei es la persona con mayor notoriedad que cree en ello.
En su última gira internacional, en una entrevista que concedió al programa “Quarta Repubblica” de la cadena italiana Retequattro, expresó: “filosóficamente soy anarcocapitalista, y por lo tanto, siento un profundo desprecio por el Estado. Creo que el Estado es el enemigo, creo que el Estado es una asociación criminal”.
¿Qué hay de novedad en esas ideas?
En principio, nadie o casi nadie afirma lo contrario al consenso. No es como en la mayoría de los temas con los que las bibliotecas se pueden dividir o lotear según perspectivas. El Estado es una institución sin la cual el resto de nuestra forma de vida y cultura se esfuma.
Estar en las antípodas del Estado es estar en las antípodas de la forma de vida de Occidente y Oriente. Aunque también ocurre algo similar con otras culturas cuyo conocimiento ha sido posible gracias a la etnografía, en las que existen instituciones con funciones similares al Estado.
El Estado es una institución sin la cual el resto de nuestra forma de vida y cultura se esfuma.
Sin embargo millones de moscas, incluso casi todas, podrían estar equivocadas. Ante el “Tribunal” de la Inquisición Galileo Galilei, luego de desistir públicamente de su tesis respecto a que la Tierra giraba alrededor del Sol dijo: “sin embargo se mueve” (Eppur si muove). A pesar de la contundencia argumental, no es posible hallar hoy una institución con la fuerza que la Iglesia tenía entonces.
Estar en las antípodas del Estado es estar en las antípodas de la forma de vida de Occidente y Oriente.
Hasta acá encontramos poca disonancia general, casi un consenso absoluto en torno a la necesidad del Estado. Miremos a vuelo de pájaro dos cuestiones más.
Historia
En la Argentina de 1880 solo podían votar quienes tenían propiedad, válgame el trabalenguas: los propietarios propiamente dichos. Quienes no tenían cierto tipo de propiedades no votaban ni decidían. Mandaban solo los dueños, los grandes dueños. Y lo hacían desde la conducción del Estado. De hecho eran los únicos que legítimamente podían conducir el Estado.
La generación que venera desde el punto de vista teórico el presidente Javier Milei gobernaba nuestro Estado en ese entonces.
La Revolución del Parque de 1880 encarnada por el antecedente histórico político seminal de la Unión Cívica Radical fue una revolución que puso el grito en el cielo porque solo podían gobernar los grandes propietarios.
Todas las fuerzas políticas desde 1983 quisieron mejorar al Estado: combatir la corrupción, hacerlo más eficiente y relevante para todos.
Corruptos llamaban los revolucionarios de entonces a los funcionarios del gobierno de Juárez Celman. Así los llamaban porque se atribuían la representación política total del pueblo solo porque eran grandes propietarios.
Ya conocemos cómo terminó esa larga gesta. Una factura carísima para los conservadores en lo político y liberales en lo económico que gobernaban por entonces: dueños, amos y Señores del país. Tuvieron que sancionar la ley Saénz Peña y consagrar el voto popular que llevó a la presidencia al primer caudillo radical y líder de masas de Argentina.
En una suerte de continuidad de ese primer movimiento que expresó el yrigoyennismo, décadas más tarde el peronismo encarna el ascenso de una mayoría de “desposeídos” y sin representación.
El Estado garantizó que su fuerza laboral les permitiera ciertas seguridades, certezas y garantías. Y así la mayoría pasó a tener como propiedad esas garantías. Otra vez: el Estado resulta fundamental para esa mayoría popular y sus liderazgos cuyos principales puntales o soportes pasaron a estar garantizados por un entramado institucional y normativo.
La seguidilla de Golpes de Estado inaugurados en 1930 también expresan una gran consideración y estima por el Estado y por su conducción. El partido cívico-militar se aferró a ello organizando y articulando las políticas públicas en distintos frentes.
Desde el regreso de la democracia en 1983 ocurre un fenómeno similar respecto a la relación entre el Estado y representaciones políticas tan disímiles como el radicalismo alfonsinista, el peronismo menemista, el FrePaSo, la Alianza, nuevamente el peronismo pero en su versión kirchnerista, el macrismo y el peronismo albertista.
Todas las fuerzas políticas desde la vuelta de la democracia quisieron mejorar el Estado: quitarle la corrupción, hacerlo más eficiente o más relevante para todos. Encontramos poca disonancia en Argentina también. El Estado es importante, in-dispensable, para la todas las fuerzas políticas excepto para La Libertad Avanza y su líder.
Paleo historia y prehistoria
El sociólogo francés Robert Castel en “El ascenso de las incertidumbres” elabora un bosquejo de una genealogía del individuo hipermoderno1. Lo hace a partir de dos proposiciones fundamentales: no hay individuos sin lo que él denomina “soportes”. Y no hay individuos sin Estado.
Considera que los “soportes” son los puntos de apoyo desde los cuales el individuo puede asegurar su independencia social: la propiedad, en la primera modernidad y los derechos sociales luego, durante la “sociedad salarial”.
Prueba que el Estado es el soporte de los soportes: de la propiedad y de los derechos sociales. En otras palabras, de la propiedad social. “Cuanto más individualizada es una sociedad, más Estado necesita”2.
En la primera etapa de la modernidad fue la propiedad el principal soporte de la ciudadanía, o dicho de otro modo: para ser ciudadano era preciso tener bienes. Ser “gente de bien, está bien porque tiene bienes, y recíprocamente, si está bien tiene bienes”3. Esa etapa culminó en Argentina con la elección de Yrigoyen.
En la segunda etapa de la modernidad, fueron las garantías asociadas con la condición salarial lo que constituyó el principal soporte de la ciudadanía. A falta de ser propietario de bienes el trabajador se vuelve propietario de derechos y esos derechos están asegurados por un colectivo y garantizados por el propio Estado.
Esa “clase no propietaria”4 o “desposeída” ahora es poseedora de derechos que garantizan su participación en los intercambios sociales. Ser ciudadano ya no es un privilegio asociado a la propiedad sino un derecho de la mayoría de los miembros de la sociedad salarial. Quienes aunque ocupen lugares diferentes en la sociedad comparten los mismos derechos: trabajo, salud, jubilación, vivienda, salario digno, entre otros. Lo que en Argentina conocimos a partir del peronismo.
NeoEstado enemigo: individuos por exceso y defecto
El presidente de un país presidencialista se declara enemigo del Estado. Al mismo tiempo, anhela el legado teórico y político de los liberales conservadores argentinos para quienes el Estado era la única garantía de su legitimidad como gobernantes y como propietarios.
Sin embargo, la revolución del presidente incluye el hartazgo de millones de trabajadores en negro sin esas garantías de la propiedad social. Quienes necesitan más que nadie del Estado pero que abjuran de su forma actual porque los exprime, o porque sienten que los exprime; lo que al fin de cuentas tiene el mismo resultado. Hartazgo.
Lo realmente novedoso y disruptivo es que hoy ocupa el sillón de Rivadavia un declarado enemigo del Estado. Es algo que nunca había ocurrido.
Otros millones también necesitan al Estado más que a nada y tienen muy poco para dar a cambio. Todos ellos son los individuos por defecto5: perdieron o no logran acceder al umbral de los soportes de la propiedad social y tampoco están guarecidos por las mieles de la propiedad privada. El extremo inferior de la tenaza que rodea al Estado.
Hay también una minoría súper intensa que no necesita del Estado para nada. Diminuta pero no por ello menos hegemónica. Su propiedad privada hace que escapen a las coerciones y a las protecciones que constituían el basamento de la independencia del individuo moderno. A pesar de lo cual no pueden prescindir de los otros ni del Estado. No es que no tengan moral. No necesitan que los legitime la moral burguesa. Son los individuos por exceso6. El extremo superior de la tenaza del NeoEstado.
Fin
En cuestiones de propiedad siempre hay que ser conservadores. Siempre hay que intentar conservar lo que se tiene. Por caso, la herencia es uno de esos derechos sin el que el edificio completo del capitalismo crujiría. El presidente es claro: aborrece al Estado y a todas las formas de propiedad hasta ahora conocidas cuyas lógicas necesitaron del Estado. Se autodefine como anarcocapitalista.
La paradoja planteada por Castell es que cuanto más individualizada es una sociedad, más Estado necesita. Como vimos hasta hace algunas décadas en los estados occidentales nunca había existido alguien tan autónomo como el individuo por exceso.
Sin embargo, nadie menos dependiente del Estado para conservar esa independencia: ya “no es lo bastante rico o poderoso para ejercer una gran influencia sobre sus semejantes; sin embargo adquirió, conservó, las suficientes luces y los suficientes bienes para bastarse a sí mismo”.
Aunque lo realmente novedoso y disruptivo es que hoy ocupa el sillón de Rivadavia un declarado enemigo del Estado. Eso no había ocurrido con esa estirpe liberal conservadora que refundó y unificó la Argentina en la segunda mitad del siglo XIX.
La singular combinación espacio temporal de una paradoja, sin Estado no hay propiedad; sumada a la novedad del combate presidencial al Estado hace que al menos prevalezcan tres tipos de interrogantes urgentes: ¿qué tipo de individualidades y de propiedad quedará en pie cuando culmine con o sin revolución la aventura? ¿Cuál será la fisionomía del NeoEstado? ¿Quiénes y cómo expresaran su liderazgo?