El relato sin fin

Queremos todo inmediatamente. Que nos respondan el mensaje en el WhatsApp, que nos llegue el delivery, que descargue la página web, más capítulos para “maratonear” el finde, pasar por la banquina porque el tránsito es lento: y la lista continua infinita y llena de necesidades urgentes que solo pueden ser satisfechas ¡Ya! A pesar de toda esa urgencia la mayoría creemos aún en relatos cuyas promesas jamás veremos nunca. Cómo explicar esa paradoja, la dualidad que nos habita entre lo que esperamos y lo que queremos urgente.

El presidente Javier Milei llamó a concretar una hazaña histórica cuyos teóricos resultados recién se comenzarán a ver, según su pronóstico, en quince años. Una narrativa atractiva y verosímil a la luz de sus resultados. Para un pueblo no monolítico que expresa de forma mayoritaria un sentimiento de menoscabo, engaño y expoliación: se siente perjudicado. Y como si fuera poco atraviesa una importante crisis económica. De nuevo la paradoja de un relato que convoca a esperar ¿mucho? tiempo en medio de necesidades urgentes.

Presidente Javier Milei: cadena nacional del 22 de abril de 2024.

Hace treinta y cinco años un ahora famoso politólogo proclamaba la victoria total y definitiva de la democracia liberal capitalista sobre el fascismo y el comunismo: el “fin de la historia”. El fin del relato. Advertían un fenómeno similar pero distinto otros pensadores, quienes señalaban que los grandes relatos habían perdido su potencia para interpelar a las mayorías y lograr que se movilizaran en torno a ellos1 2. Las instituciones se revelaban impotentes para contener al individuo. Y comenzaba a evidenciarse una etapa histórica de fuerte desestructuración, relajamiento de los lazos sociales, combinada con incertidumbre y falta de certeza3.

Instituciones y narraciones siempre van de la mano: se sostienen mutuamente. Los relatos de la socialdemocracia en Europa, el comunismo, el justicialismo, el radicalismo; instituciones como la Iglesia, el Estado, los medios, la educación y salud pública, los clubes de barrio y los grandes clubes.

Todo eso se trastocó y comenzaron a aparecer fallas. Relatos que nadie cree, necesidades que las instituciones tradicionales no pueden satisfacer, malestar.

No casualmente en paralelo proliferó la tecnología digital móvil que nos conectó instantáneamente con el mundo entero y el infinito. Esas interfases empezaron a ofrecer cierto tipo de “satisfacciones” a “necesidades” que parecían ser únicas en cada individuo. Empezaron a responder frente a una demanda singular que las viejas instituciones aún no podían hacer frente.

Los relatos pueden ser fantásticos, irreales, increíbles, inverosímiles; aunque cuando nos llegan a las tripas no podemos escaparnos. Somos presa de las narraciones.

Los individuos empezaron a encontrar en formas institucionalizadas de las interfases formas de interacción inmediatas para satisfacer sus necesidades. Desde grupos de WhatsApp, convocatorias masivas a través de las redes, app’s de compra, entrega, distribución más o menos instantánea, bots, dispositivos y robots que “responden” (también fallan) a toda hora a cualquier demanda.

Ello implicó, aún implica, un desafío sin precedentes para el conjunto de las instituciones. También para la subjetividad de la mayoría de los seres humanos. Hoy los individuos no sienten confianza en las instituciones tradicionales y tampoco en las promesas de esos relatos o narraciones.

Hace no mucho tiempo el ex ministro de Educación de la Nación Esteban Bullrich proponía que el sistema Educativo debía crear individuos que disfrutaran y puedan vivir en un marco de “incertidumbre”. El fin de las certezas y seguridades del Estado Benefactor frente a la inmediatez de un presente hundido en un abismo de contingencias. Un relato centrífugo. Sin paradojas: lo urgente, lo necesario, su satisfacción y el tiempo coinciden.

La historia sin fin

En una entrevista que concedió a El País de España Michael Ende, el autor del libro en el que se basó La historia fin, reveló que al igual que Dante en la Divina Comedia, para encontrar la realidad hay que darle la espalda y “pasar por lo fantástico”.

Cada relato crea un tiempo único: una historia sin fin desde la que navegar las aguas de la realidad.

Según Ende, ese es el “recorrido que lleva a cabo el héroe de La historia sin fin: para descubrirse, a sí mismo, Bastian debe primero abandonar el mundo real (donde nada tiene sentido) y penetrar en el país de lo fantástico, en el que, por el contrario, todo está cargado de significado”.

Los relatos le confieren sentido al mundo y a la subjetividad de cada uno de nosotros. Eso que experimentamos de manera singular como nuestra propia historia está mediado por relatos. Muchos de ellos pueden tildarse de fantásticos, irreales, increíbles, inverosímiles; aunque lo central es que cuando nos tocan las fibras y nos llegan a las tripas no podemos escaparnos. Somos presa de las narraciones.

Nos prometen y comprometen, nos implican, somos sus protagonistas y beneficiarios. Narran las historias de nuestros héroes que claudican o triunfan frente a adversarios o enemigos. Eso explica la paradoja entre lo que esperamos y lo urgente: cada relato crea un tiempo único, una historia sin fin desde la que navegar las aguas de la realidad.

  1. Breton, Philippe. (1997). La utopía de la comunicación. Buenos Aires: Nueva Visión ↩︎
  2. Carlón, Mario y Scolari, Carlos (editores). (2009). El fin de los medios masivos: el comienzo del debate. Buenos Aires: La Crujía. ↩︎
  3. Castell, Robert. (2012). El ascenso de las incertidumbres: trabajo, protecciones, estatuto del individuo. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. ↩︎

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