La verdad de la milanesa, los chivos expiatorios y las crisis recurrentes

El otro como el culpable de todo lo que nos pasa es tan argentino como el asado de los domingos. Una reflexión y desafíos que nos plantea.

Pensar al otro como el culpable de todo lo que nos pasa es (un encuadre) tan argentino como el asado de los domingos, la milanesa de entre semana o como la intangibilidad de las madres, los hijos y los enfermos. El otro como fuente de los problemas es un invento, una historia, que nos contamos de forma invariable desde el primer gobierno patrio allá por 1810.

Las historias que nos oponen a lo largo de la historia se reiteran, sus actores, decorados, causas, consecuencias y la imagen de nosotros mismos que aparece en cada una de ellas hasta podría repetirse. ¿El chivo expiatorio que es necesario eliminar para que el país funcione, para que los problemas dejen de existir, quién es hoy, quién fue ayer, quién será?

Que lo del chivo expiatorio sea parte de una narrativa, de una forma de procesar la realidad singular de los argentinos, no lo hace un invento menos eficaz o real. Es una forma de comprender la realidad que a su vez sirve para pensarla, sentirla y, en consecuencia, tomar decisiones y actuar.

Cambian los chivos expiatorios pero todo sigue igual. Bueno, sí. Algunos dirían que todos son lo mismo, se afanan todo, vienen prometen y dejan todo igual. Después vienen otros y la historia se repite. Ese espiral es en el que nos tiene atrapada la narrativa del chivo expiatorio.

Esa narrativa implica siempre un conflicto con otro. Pero no es cualquier conflicto. Es un antagonismo, en el que el otro no es un adversario sino un enemigo a desterrar, incluso a veces a eliminar. Un sujeto que en lo posible hay que exiliar o dejarlo en el ostracismo.

La dinámica propia de la narrativa del chivo expiatorio hace que nuestra forma de pensar los problemas, sus soluciones y la manera en que lo hacemos siempre esté orientada por la lógica del antagonismo. Y en la lógica del antagonismo el otro es un enemigo, nunca un adversario con quien es posible disentir en una misma mesa. El adversario es alguien que por las características que le atribuimos debe expulsarse de nuestra comunidad, de nuestra mesa.

Tanto el adversario como el antagonista son sujetos con quienes mantengo un conflicto, un desacuerdo, un disenso. La diferencia está en que el antagonista debe ser destruido; en cambio el adversario es alguien que considero como un legítimo oponente, con quien discutir sin tener que eliminarlo.

El conflicto es el gran motor de las sociedades. Tanto para quienes consideran que es preciso encontrar un punto de equilibrio de forma permanente y reducirlo a su mínima expresión. Como para quienes entienden que su expresión exacerbada es el único modo de que la historia avance. El conflicto es lo que hace avanzar siempre una historia, no importa su trama ni su género. El conflicto siempre está ahí para de algún modo ser resuelto.

El conflicto es lo que hace avanzar siempre una historia, no importa su trama ni su género.

Es la médula de nuestra cuestión, cómo resolvemos nuestros conflictos. Pensar cómo solucionamos nuestros problemas implica que antes también podamos pensar cómo los pensamos. No es un trabalenguas. Es lo que acabamos de hacer. La narrativa del chivo expiatorio es más que un cuento: es una forma de pensar, sentir, hablar, solucionar, actuar.

Pawel Kuczynski

Pensar a nuestros contendientes políticos como adversarios en vez de antagonistas tiene enormes consecuencias. La primera es que ya no es la causa que una vez eliminada, desterrada, nos resuelve el problema. Implica menos violencia política porque no los queremos eliminar. Y que pensemos de modo más complejo nuestros problemas, incluso si los que consideramos nuestros problemas son en verdad nuestros problemas.

El conflicto es parte de la historia no pretendamos eliminarlo

Es un montón, muchísimo. Cambiaríamos en parte nuestra matriz de pensamiento como argentinos sin dejar de ser quienes somos. Tal vez algo de eso es lo que necesitemos para empezar a resolver nuestras crisis recurrentes. Que no son otra cosa que parte de esta misma historia.

En la lógica del antagonismo el otro es un enemigo, nunca un adversario con quien es posible disentir en una misma mesa.

La verdad de la milanesa aparece siempre cuando la cortamos y la probamos. En ese momento analizamos la calidad y el calibre de la carne, la cantidad de pan rallado, si la hicieron con huevo o agua, los condimentos que le añadieron y otros aspectos fundamentales. Sentados en la misma mesa a pesar de los conflictos podemos intercambiar puntos de vista con otros comensales, el que sostiene que tiene o no comino, perejil, sal, ají molido, orégano. Ponernos de acuerdo en que la carne es cuadril en vez de nalga o peceto.

La verdad de la milanesa no es otra cosa que la reconstrucción de algunos de los pasos de su historia. Hacerlo implica demorar un poco la ingesta del plato y algo de esfuerzo reflexivo. La narrativa, el mito, cuento, o como le queramos llamar a la trama conflictiva que relatamos, y nos relata, a diario no es una milanesa pero tiene una historia. Con la milanesa o la narrativa del chivo expiatorio es preciso que miremos más allá y que al hacerlo lo hagamos incluso con quienes no podemos ponernos de acuerdo. El conflicto es parte de la historia no pretendamos eliminarlo.

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