En ciertos momentos históricos en Argentina ocurre un fenómeno singular y paradójico. Un pequeño grupo social, a partir de un mecanismo muy preciso, logra que la mayoría desee imitar su modo de vida y apoye sus intereses en contra de los propios. Cuando esa minoría con gusto por la ostentación y el apoyo popular hegemoniza un ciclo político, la clase media y los trabajadores menos favorecidos pierden. ¿Hoy ocurre algo similar? Veámos.
Las mayorías en argentina encuentran cierto goce -celebran (?) o al menos legitiman- el modo o estilo de vida de sectores muy restringidos. Hacen propio el éxito que ostentan impúdicamente esos sectores. En sí, no hay nada de malo en ello. Es un mecanismo a través del cual un grupo social dirige a otros. Los conduce.
Durante la denominada “crisis del campo”, cuando el actual senador Martín Losteau propuso la subir las retenciones a la soja con la Resolución 125, el gobierno no tuvo en cuenta que ello chocaba contra una extendida legitimidad en distintos grupos sociales del “campo” y su modo de vida.
La paradoja de aquel entonces: la Resolución 125 era lo que muchos hoy coinciden en describir como “racional”: beneficiosa no solo para la mayoría de la sociedad sino para minorías perjudicadas del “campo”. El interés económico no alcanzó para persuadir o convencer a esas minorías ni a la mayoría. Fue preciso ese mecanismo invisible, permeable y difuminable. La seducción a partir del modo de vida. Combinada con la consonancia de valores que adquirió entonces la idea del campo como corazón de la Patria.
En los noventa ocurría algo similar con quienes celebraban con pizza y champán la desregulación de la actividad económica, las privatizaciones y el despliegue de la figura del “empresario” como actor legítimo por antonomasia. Casi todos perdían frente a una minoría que concentraba y se hacía cósmicamente rica. Sin embargo, era legítima y hegemónica esa expresión de la política. Todos querían ser empresario.
¿Es razonable que algo que perjudica a una mayoría sea convalidado por esa misma mayoría por mucho tiempo? Claro que sí. ¿Es razonable que la mayoría sea perjudicada siempre de la misma forma por una minoría? Jamás se trata de la misma mayoría ni de la misma minoría.
Parafraseando al filósofo presocrático Heráclito: no se puede atravesar dos veces el mismo río. El rio cambia y lo hace uno mismo. Sin embargo hay algo permanente en el mecanismo que analizamos. Hay un canon. Un canon que es hegemónico. Es la forma, el mecanismo que ocurre cambiando los actores y algunos contenidos a lo largo de distintos momentos.
En nuestro caso ocurre que un grupo social pequeño y acomodado logra que la mayoría apoye sus intereses en contra de los propios. Al mismo tiempo, logra que la mayoría pretenda para sí el modo de vida que lleva esa minoría. El deseo mayoritario celebra el éxito impúdico y ostentoso de la suerte ajena minoritaria. El mismo mecanismo que hacía que la rueda de la estafa ponzi de generación Zoe girase. Y es lo que permite que un joven trabajador del tercer cordón del conurbano hoy apueste al BitCoin o al roll over de acciones. También, lo que vimos en el caso del menemismo y, a la inversa, del “campo” con la Resolución 125.
Ese mecanismo es una de las lógicas de construcción de la hegemonía. Una de las formas de articulación del sentido en la cultura rioplatense. Un canon hegemónico seminal. Un grupo social pequeño logra que la mayoría apoye sus intereses a expensas de los suyos. Para hacerlo logra que la mayoría celebre y anhele como propio el éxito impúdico de esos pocos.
El Régimen de Grandes Inversiones (RIGI) que aprobó el Congreso la semana pasada puede inscribirse como una expresión también de ese mismo mecanismo. Un caramelo. Algo inconveniente para la mayoría y para muchas minorías que sin embargo; es celebrado como propio por quienes se verán perjudicados.
Restará ver si la minoría que se beneficiará con el RIGI alcanza a completar el ciclo. Si ello es así pasaremos del rolleo con BitCoins y la pizza con champán a los caramelos espolvoreados con petróleo.